Hace apenas tres meses, Javier Pérez Andújar ofrecía el pregón de las fiestas de la Mercè. A propósito de sus ya lejanos príncipes valientes, de su río y de mi río, que son el mismo río aunque parezca que nos lo han cambiado:
El río baja crecido por las últimas lluvias. Desde el colegio vemos cómo el cielo plomizo que nos ha despertado hoy se confunde con las aguas revueltas del Besós. Las gigantescas torres eléctricas, con afán de molinos de viento, crepitan incesantemente desde su majestuosa posición de guardaespaldas del río. El cañizo y la maleza le acompañan hasta su destino final; y el barro, que todo lo envuelve.
Se trata de una fría mañana otoñal de 1984. No es orwelliano. Javier Pérez Andújar describe, ambientado en 1974, lo que cualquier ribereño puede identificar en cualquier destello infantil de memoria más tierna.
Sobres de cromos, soldaditos, indios y vaqueros de ultramarinos de la esquina los domingos. Sobremesa familiar y en los silencios historias de guerras y mutilaciones, emigraciones en trenes con asientos de madera. Refrescos en grandes botellas de vidrio, tardes frente al televisor y los primeros tebeos antes de llamarse cómics.
Son fotos de niños dando de comer a las palomas, de pantalones cortos y rodillas con costra, de seats ochocientos cincuenta, de abuelas de luto con moño, de ir al campo los domingos, de bañera llena, de rotuladores carioca, de chalecos de lana, de primer día de colegio.
En el interior de los altos edificios, deformes e inhumanos como ogros, se hacinan los héroes anónimos del extrarradio: el padre de familia en la fábrica, el ama de casa, la viuda, el tullido, el maestro, el niño.
Fran Toro. Publicado originariamente en La Voz de Barcelona, 14 de mayo de 2008