A la señora Irene Rigau, consejera de Enseñanza (otrora Educación), le ha tocado la lotería. La semana previa al inicio de curso se anuncia que 21.000 alumnos nuevos serán escolarizados en Cataluña, muchos de ellos en uno de los 1.015 barracones que aún existen, a pesar de que se recorta un 10% el presupuesto en educación. Esa semana los sindicatos, profesores, partidos políticos, entidades culturales y opinión pública se desgarran las vestiduras por la sentencia del TSJC. Escola retallada sí, però que ens la retallin els d’aquí. La señora Rigau se ha ido de rositas. Se ha establecido un debate político, y no pedagógico, entorno al aciago inicio de curso. La política y la opinión pública viven en gran parte de estos debates, pero no deberían hacerlo los docentes.

La cuestión lingüística aplicada a la educación siempre se ha discutido utilizando medias verdades como argumentos. Una media verdad es que el castellano está perseguido en Cataluña. Otra media verdad es que todos los niños en Cataluña hablan perfectamente en castellano. Anécdotas elevadas a categoría. En el patio de tal escuela un profesor prohíbe jugar en castellano a los niños. La panadera sudamericana de mi calle no me atiende en catalán, aún cuando le hablo poco a poco y con buen gesto. Cada nacionalista se aferra a una u otra anécdota para reforzar su discurso y grabarlo en mármol.

Si realizamos una reflexión sosegada, si nos sacudimos de encima de nuestras cabezas el nubarrón político que a menudo nubla nuestra buena voluntad, la mayoría de nosotros llegaremos a la conclusión de que en materia lingüística el sistema educativo catalán debería garantizar la formación de ciudadanos bilingües. El trilingüismo, a día de hoy y con los pies en el suelo, sólo está al alcance de las escuelas privadas en las que la élite política catalana matricula a sus hijos.

El alumnado catalán debería acabar la escolarización obligatoria siendo competente tanto en castellano como en catalán, tanto a nivel oral como escrito. Optar por una política educativa determinada, sabiendo a priori que no garantizará la consecución de este objetivo, es, como mínimo, perverso. Algunos de estos tramposos acusan al castellano de lengua impuesta, agresora e imperialista, a pesar de que estarían encantados de que a hierro se utilizase el catalán en Sicilia, Neopatria y Atenas.

Por otra parte, hay quien alega el derecho de los padres a escoger la lengua en la que sus hijos deben ser escolarizados. Son los profesionales de la educación los que deben diseñar el currículum y establecer unas estrategias para que la totalidad del alumnado adquiera unas competencias de manera satisfactoria. ¿Haremos un debate político si un padre reclama que su hijo haga aritmética en base 12? ¿Y si prefiere el creacionismo al evolucionismo? ¿Hasta qué punto su derecho a intervenir en la educación de su hijo no interfiere en la potestad de la comunidad educativa de escoger una política educativa determinada?

Actualmente la inmersión lingüística se aplica en los centros educativos catalanes de manera más o menos flexible, dependiendo de la beligerancia del equipo directivo y del claustro, de la realidad socio-lingüística del alumnado y sus familias, y de la opción personal de cada profesor, sobre todo en Secundaria. ¿Por qué nos echamos las manos a la cabeza si el cumplimiento de la sentencia del TSJC no cambiaría sustancialmente la realidad de las aulas? Si somos flexibles en la agrupación del alumnado, en las adaptaciones curriculares, en las metodologías, recursos y materiales, ¿por qué no reconocer que la inmersión lingüística no es un café para todos eficiente si no se flexibiliza en función de las necesidades del alumnado?

Acabo de recibir una convocatoria para manifestarme como docente a favor de una escuela catalana, o algo así, pero yo no me olvido de que en Cataluña tenemos un Gobierno autonómico que anhela la privatización absoluta de hospitales y escuelas, que no cree ni apuesta por lo público, que recorta presupuestos y sueldos, que reduce el número personal docente, aumenta ratios y provoca la desatención de un profesorado desarmado hacia los alumnos con más necesidades educativas.

La señora Rigau era la semana pasada la cabeza visible de la violencia más feroz hacia la escuela pública catalana. Hoy se ha convertido en la punta de lanza de la resistencia nacionalista contra la instigación imperial española. La señora Rigau nos ha explicado que la sentencia del TSJC es una especie de demonio, pero a ella, en realidad, se le ha aparecido la Virgen.