Hay un nuevo señorito en el cortijo de Maragall. Una nueva dama de hierro con barretina ha tomado posesión. La señora Rigau, apenas descargados los bártulos, se ha puesto manos a la obra. Sabíamos que son neoliberales, sabíamos que en su ideario lo público es una rémora, una pesada carga económica; sabíamos que ellos mismos, sus hijos y sus nietos se educan, se curan, hacen negocios y ocupan su ocio de otra manera; también sabíamos que para ellos el bien común se sustenta en el éxito individual y privado; sabíamos todo esto y, aun así, nos ha sorprendido la rapidez con la que a CiU se le ha visto el plumero en cuestión educativa.
Digamos que al ex consejero Ernest Maragall se le puede aplicar aquello de “otras vendrás que bueno te harán”, aunque no tanto. El economista Maragall utilizó la política de tierra quemada, consistente en arrasar cualquier cosa de valor que pudiese utilizar el enemigo. A diferencia de lo que hicieron los rusos en su lucha contra las tropas napoleónicas, o de la marcha Sherman de los confederados en la guerra civil estadounidense, la tierra quemada de Maragall no pretendía aniquilar la enseñanza pública para entorpecer el trabajo de Rigau, sino que creía en lo que hacía. La mató porque era suya.
Artur Mas, economista, afirma que los recortes son “imprescindibles”. El projecte eduCAT 1×1 no era la panacea, pero Rigau paraliza la inversión en ordenadores, y en luz, agua, electricidad, teléfono, gas y limpieza. Ecologismo práctico aplicado en barracones públicos. ¿Así pretende evitar el abandono prematuro de los estudiantes? Se endurece la selección natural entre las clases humildes.
Para definir a un país basta con analizar qué importancia dan sus dirigentes, pero también sus ciudadanos, al sistema educativo. Desgraciadamente, en el nuestro se discute más en términos de rendimiento económico que en términos de formación cultural e intelectual de los jóvenes. No me quito de la cabeza el 32% de fracaso escolar en Cataluña.
Muchas familias que optaron por la enseñanza concertada deberán plantearse el asunto ya que ha aumentado el número de impagos en estos centros educativos. Ante este hecho, el departamento se plantea una doble solución: aumentar la inyección de dinero público en las escuelas concertadas con tal de que puedan realizar el cobro, o bien, dejar que las osadas familias de clase media, que en tiempos de pujanza económica optaron por la concertada, abandonen su aventura de nuevo rico y vuelvan a la enseñanza pública. Para la consejera ambas soluciones son geniales: por un lado, subvenciona la enseñanza no pública y a la hora de la matrícula sobrepuntúa que madre, tía o abuela haya estudiado en el centro concertado en cuestión, y así se perpetúa el perfil de alumnado que estudiará en la pública; por otro, si aumenta la ratio y los alumnos se acaban hacinando en las aulas de los centros públicos acabaríamos con el problema del frío en invierno, con el consiguiente ahorro en calefacción que ha anunciado el rodillo Rigau.
Malos tiempos para la pública. Que tiemblen, de frío, o de miedo, los hijos del Paco y la Régula y el Azarías con su milana bonita.