Mi nombre es Carolina. Tengo 12 años y vivo en Barcelona. Mis padres me han dicho que este año los Reyes Magos llegarán el 2 de enero. Cuando era más pequeña, por las noches, me despertaba tosiendo, y cuando jugaba en el patio del colegio me ahogaba. Me diagnosticaron fibrosis quística. Entonces aprendí las palabras inhalador y antibiótico.
El 2 de enero, dicen mis padres, podremos ir a un restaurante del barrio, donde mi amiga Julia va a veces con sus padres. Yo no entiendo cómo sus padres la llevan allí, porque, aunque se come muy bien, también se fuma. A mi padre, aunque es fumador, nunca se le ha ocurrido fumar delante de mí. Por todo esto pienso que el padre de Julia es un mal padre.
Algunos domingos desayunamos en un bar que hay al lado del parque. El dueño del bar está enfadado porque hace unos años tuvo que hacer reformas para que gente como yo pudiese entrar en su local. Ahora resulta que tiró el dinero.
Mi señorita nos ha explicado que hace muchos años, ni siquiera habíamos nacido, se podía fumar en el metro, en los aviones y hasta en los hospitales. Supongo que antes la gente no se moría de cáncer de pulmón o de fibrosis quística, y por eso se fumaba sin pensar lo malo que era el tabaco y el daño que hacía a los demás.
Que digo yo, si desde pequeña mis padres me enseñaron a pedir las cosas por favor, a no pelearme con mi hermana, a lavarme las manos al llegar a casa y a no morderme las uñas, los mayores que fuman delante de sus hijos, ¿acaso no tuvieron padres?