Como no teníamos mucho dinero, en mi casa siempre hemos concentrado el ocio familiar en eventos como Eurovisión o las noches electorales. Siempre nos quedábamos con la sensación de que nos habían mangoneado algo, y de que otra vez sería.

Tras las elecciones del 28N todo el mapa de Cataluña es inequívocamente convergente. Y ante una victoria de tal magnitud no hay tutía. El cinturón rojo se ha vuelto de un intenso azul liberal, y eso demuestra lo mal que lo han hecho algunos, porque es difícil creer que 1.582.029 catalanes y catalanas han votado a CiU y PPC porque sean de derechas, porque aboguen por una sanidad privatizada al estilo madrileño y una educación pública cada vez más humillada, o porque criminalicen a la inmigración de una manera tan grosera y ramplona. Me sigue resultando curioso que los populares desprecien a los convergentes porque son nacionalistas, como si ellos mismos no lo fuesen.

Por su parte, el gran mérito del tripartit ha sido levantar del sofá a miles de ciudadanos que, aún optando por formaciones sin pretensión de poder como Escons en blanc/Ciudadanos en blanco (Eb/CenB, 18.268 votos) o Coordinadora Reusenca Independent (CORI, 6.982 votos), han querido mostrar su hartazgo ante el guirigay de la política catalana actual.

ERC es el típico ejemplo de partido que contra la derecha vivía mejor, ya que es francamente patoso en el gobierno. A río revuelto quien mejor ha sabido pescar ha sido el SI, la escisión cómica del independentismo, cuyo programa electoral consiste única y exclusivamente en prometer la independencia (palabra citada 119 veces en su manifiesto), aunque ‘l’autogovern de Catalunya no pot fer polítiques de dretes o d’esquerres perquè no pot fer polítiques pròpies per manca de recursos i de competències’, es decir, la fábula del expolio. Res de res, aunque su mérito tiene. Laporta ha puesto la cara para los carteles y Laporta la pondrá para convertir las críticas en victimismo.

“Nacionalismo y socialismo son incompatibles”, afirma Tomás Gómez, secretario general del PSM, y ya lo había dicho el que asó la manteca. Ante la muerte política de Montilla, su última palabra fue “renuncio”, aunque debería haber dicho “reniego”, verbo que conoce a la perfección. Montilla y sus políticas antinaturales traicionaron al votante socialista que sigue anhelando un partido por y para el trabajador, no atado de pies y manos, mientras el estado del bienestar se hunde. El histórico votante de izquierdas, aquel que dio la cara a principios de los 80; aquel que, independientemente de su lugar de procedencia, defendió la recuperación democrática de las instituciones catalanas mutiladas durante la dictadura; aquel que mediante las asociaciones vecinales protagonizó el renacimiento democrático en nuestro país; aquel votante de izquierdas, decía, se merece un partido socialista que esté a la altura, dirigido por personas cuya vida laboral no sea ridícula.

Mientras Rosa Díez juega a la ruleta rusa apuntando a la cabeza de Antonio Robles, Ciudadanos, con sólo cuatro años de vida, ya ha contraído una deuda histórica: desde el momento que es inviable, como afirma Triginer, la reformulación de la Federación catalana del PSOE, Ciudadanos debe recuperar los planteamientos socialdemócratas que tanto ilusionaron en sus inicios y que experimentos como Libertas casi echan al traste. Albert Rivera, aunque se encuentre como el gato al agua en ciertos ambientes periodísticos de derechas, debería volver a hacer atractivo el discurso de Ciudadanos en foros más obreros, recuperando así a la disidencia interna de izquierdas tan valiosa en sus orígenes.

En cuatro años, durante una noche electoral más, veremos.