José Blanco White, pensador y clérigo español que vivió a caballo entre el siglo XVIII y el XIX, que abrazó las doctrinas católica y anglicana, que receló finalmente del encorsetamiento que las religiones ejercían en los planteamientos ideológicos propios de la Ilustración, que publicó desde Londres y en inglés las Letters from Spain que deberían haber visto la luz en su Sevilla natal, escribía en relación a su pérdida de fe: “Entre los numerosos amigos que tengo en el clero español, no me he encontrado a ninguno de talento que no haya pasado, más tarde o más temprano, de la piedad más sincera a un estado de verdadera incredulidad”.

Es la época de los eslóganes sencillos.

Tal y como le ocurrió a Blanco White en múltiples ocasiones, en las rígidas paredes que envuelven y protegen nuestro sistema de fe y nuestras verdades, aparecen las primeras fisuras, por motivos diversos, y entran los primeros rayos de luz del análisis crítico. Dicha liberación de nuestros prejuicios suele ir acompañado de cierto desasosiego porque no es fácil asumir que aquello en lo que se creía y por lo que se luchaba ya ha caducado. No siempre el mantenerse firme en una idea es una virtud. Intelectuales que durante el siglo XX abrazaron ciegamente al comunismo pasaron, en el mejor de los casos, del conocimiento y asimilación del significado del estalinismo a la denuncia de sus crímenes. Resulta muy ilustrativo al respecto el testimonio que muestra Martin Amis en Koba el Temible.

Es la época de los eslóganes contundentes.

Para creer en cualquier cosa hace falta una alta dosis de fantasía. Cuando dicha imaginación se pierde aparece la racionalidad, la crisis personal y quizás el replanteamiento de los pilares que sustentan nuestra concepción del mundo. A los detractores de Darwin les resultaba mucho más verosímil el cuento de la costilla que la teoría de las especies. En la actualidad, quien se posicione firmemente en contra de la investigación con células madre por motivos morales, posee una cobardía mayúscula, al subordinar las ventajas filantrópicas de dichos avances técnicos a las directrices morales que las niega.

Es la época de los eslóganes sin matices.

En tiempos de crisis como la actual los discursos más radicales, gracias a los medios de comunicación, hacen su agosto. Para Blanco White, “la religión, o mejor dicho, la superstición está […] íntimamente ligada a todo el sistema de la vida española, tanto pública como privada”. A día de hoy, las supersticiones más viscerales no nacen tanto en el púlpito como en los discursos políticos y en los creadores de opinión.

Es la época de los eslóganes sin medias tintas.

Se ha generalizado una especie de agorafobia que incita a las personas más débiles a buscar los espacios más pequeños y oscuros que encierren los dogmas más radicales y absolutos. Sólo esta cobarde fosilización del pensamiento explica que haya algunas personalidades que presientan que la lengua catalana es un malvado instrumento que tiene por único objetivo tocarles las narices; hay quien sigue viendo rasgos de modernidad en los discursos nacionalistas; o ciudadanos de inteligencia media que comprenden, justifican y/o aplauden el terrorismo.

Es la época de los eslóganes sencillos, contundentes, sin matices ni medias tintas, que nos señalan quiénes son nuestros enemigos. ¿Se rompe España? ¿Espanya ens roba? ¿Es la inmigración la causa de nuestros males? ¿Es Baltasar Garzón un mártir de la libertad o una vedette mediática? Obediencia castrense al eslogan. La religión, la raza, el partido, la lengua, la bandera, la patria, la tierra… creemos en el Eslogan como quien cree en la Virgen del Pilar. En fin, supersticiones en época de crisis.