A los cafres, porque en la salud o en la enfermedad, en la riqueza o en la pobreza, en el fondo, todos somos lo que queremos ser.

El búfalo cafre o búfalo africano o Syncerus caffer es uno de los bovinos más recios, fuertes y poderosos. El búfalo cafre es sociable; esto es, vive en grandes rebaños. Aún así, es un animal malcarado, con un marcado mal humor y una agresividad constante.

Sus cuernos son de grandes dimensiones; al curvarse, sus extremos pueden llegar a estar a un metro de distancia en el caso de los machos.

El cafre humano es una especie cercana al garrulo. Ambos comparten ciertos patrones sociales, tales como hablar alzando la voz o el deseo constante de ser el centro de atención, sea cual sea el contexto en el que se encuentran. Pero siendo parecidos, no son lo mismo. La línea que separa al cafre del garrulo es mucho más sutil que la que existe entre la difamación y la libertad de expresión.

Esta tarde he visto en la calle a una de las hembras dominantes del rebaño de garrulos de mi barrio. Se sigue creyendo tan sensual como siempre. Pobre. Está embarazada. Iba fumando. En una autopsia comprobaríamos que esta tarde era más cafre que garrula.

El fenómeno garrulo es exclusivo de una clase social y de unos barrios determinados. El fenómeno cafre afecta transversalmente a toda la sociedad. Es posible, pues, encontrarles comprando churros un domingo por la mañana o viajando en clase business. Todo nuevo rico lleva un cafre dentro, latente, dispuesto.

El cafre común es ese vecino que no pierde ocasión para corregir a todo el mundo que le rodea. Ojo avizor, acecha a sus presas, implacable. Al llegar el momento adecuado zas te dicen qué y sobre todo cómo. Para el cafre el médico, el profesor, el mecánico, no tienen ni idea. Todo lo hace él mejor y más rápido. Claro.

Los cafres son los enteraos de la chirigota del Selu: “Dios hizo el mundo en seis días… yo lo hubiera hecho en dos”.

Tienen los cafres una habilidad especial para machacar hasta la extenuación a la jovencita en prácticas novata de la tienda. Les encanta protestar a voz en grito cuando la cajera no trabaja al ritmo deseado. Su felicidad es proporcional a lo que ellos entienden como tu fracaso.

Pero estos astados obtienen su máximo placer cuando un inmigrante intenta venderles algo en un bar. ¿Han visto alguna vez a un ñu bebiendo en la orilla de un río infestado de cocodrilos? Nuestro cocodrilo, agazapado, ignora que la persona a quien pretende humillar con cualquier gracieta de trepanado solo ha sido capaz de atravesar un desierto, el espino metálico, las corrientes caprichosas de un mar, el hambre, el frío y el desarraigo.

El cafre es tu vecino del sexto que, debido a sus dificultades de adaptación a la vida inteligente, aún fuma en el ascensor. La cafre es esa señora de gafas que vitorea a su alcalde aún cuando la Guardia Civil se lo está llevando arrestado por malversación de fondos. A los cafres les encanta entrar corriendo a El Corte Inglés el primer día de rebajas.

El cafre es ese que te dice que te vas a quedar para vestir santos, aunque todos sabemos que tanto él como su mujer eran, son y serán los más tontorrones del pueblo. Uno siempre piensa lo horrible que debe de ser una conversación de sobremesa en esa casa. Muchos cafres incluso explican chistes en situaciones tan especiales como los entierros. Así como el búfalo cafre se reproduce en cualquier época del año, para el cafre humano cualquier estación es idónea para joder al prójimo.

Desafortunado es un adjetivo que les va.