Un amargo reniego inicial da paso a un inmediato e íntimo orgullo. Pertenecer a la tribu requiere participar de sus tópicos. Ante estos, nuestro amargo reniego inicial da paso a un inmediato, íntimo y chabacano orgullo.

En su viaje por España, Giacomo Casanova fue testigo, como lo sería Gerald Brenan y tantos otros hispanistas, del carácter arquetipado de los españoles:

“(…) le pagué [al dueño de la casa] lo poco que me pedía por el alojamiento, y una peseta por el ruido. Se fumaba un cigarro, y su pobreza le hacía las veces de riqueza, a condición de que el extranjero no pudiera decir al irse que había hecho el menor de los movimientos para servirle. La causa de eso es una pereza con mezcla de orgullo: uno es castellano y no debe rebajarse hasta el extremo de servir a un gabacho; éste es el título con el que toda la nación española designa a un extranjero. Esta palabra gabacho es mucho más insultante que la de perro con que nos designan los turcos, y que el apodo de French dog que los ingleses ponen a todos los extranjeros. Claro está que la nobleza y las personas que son corteses debido a los viajes o a su educación no piensan así.”

Desgraciadamente siempre habrán personas nobles y corteses, con un notable complejo de inferioridad, que contradigan la ingenuidad de Casanova y Baroja. Siempre habrá, miserablemente, quien no cese en expedir pasaportes de gabacho, maketo, polaco o murciano.

Reflexiona Félix de Azúa por boca de un personaje en Momentos decisivos:

“¿qué significaría ‘ser gallego’ en el renacimiento?, estas cuestiones no tenían el menor sentido, los cuerpos de las gentes eran propiedad del rey, y sus almas, de Dios. Se acabó. Nosotros, como no somos de nadie, tenemos que buscarnos dueño, ¡qué trabajo!, buscar un club de fútbol, un partido político, un sindicato, un pedazo de tierra (…), si no llevamos una etiqueta colgando del cuello nos sentimos desvalidos.”

Se trata de un proceso de retroalimentación. Los tópicos que nos son asignados por cuestiones geográficas u otras percances vitales nos acaban moldeando, en mayor o menor grado, y, de algún modo, nosotros respondemos reproduciéndolos o repudiándolos a lo largo de nuestra vida, que es la manera más eficaz de tenerlos en cuenta y no dejar que desaparezcan por el desuso.

George Orwell retrató en Homage to Catalonia el perfil fiel de los españoles, su sentido del honor y de la amistad, pero también su carácter pragmático e informal, incluso cuando se encuentran en el frente de batalla. Cuando Orwell se alistó en las filas del POUM y acudió al frente de Aragón no se imaginó que el enemigo se encontraría situado en un monte tan lejano que las balas no alcanzarían, y que su mayor preocupación serían las pulgas y el aburrimiento. En resumen, un buen surtido de tópicos herederos de la leyenda más negra de España, con algo de cierto, pero que sin los cuales, inconscientemente, nos sentimos huérfanos y un tanto inhabilitados, principalmente cuando viajamos al extranjero y presentamos nuestra tarjeta de visita.