He Kexin es una preciosidad. He Kexin ha ganado la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Beijing en el aparato de barras asimétricas. Esta gimnasta, He Kexin, es una monada. Tan menuda, con esa sonrisilla inocente y haciendo esas piruetas, no hay entendido ni profano en la gimnasia artística que se resista a su encanto.
El mundo se paraliza y queda maravillado ante el espectáculo –uno de los mayores posibles- que supone la celebración de unos Juegos Olímpicos. La combinación de superación personal, competición nacional y espíritu olímpico provoca en el espectador una sensación placentera de profundo y embriagador ocio.
He Kexin mide un metro y cuarenta y dos centímetros, y aunque de largo no los aparente, aseguran los de la federación china que ya ha cumplido los dieciséis años. He Kexin, que mide uno cuarenta y dos, también tiene un peso de treinta y tres kilos, prácticamente lo que pesa el desayuno diario del nadador Michael Phelps.
He Kexin, con esa mezcla de fragilidad oriental y fuerza atlética, es el producto final de la maquinaria político-deportiva china. He Kexin ha obtenido una fantástica puntuación en su ejercicio y en nuestras retinas. Pero He Kexin es toda una puerta abierta al análisis crítico y al debate. Millares de gimnastas preadolescentes se han quedado en la cadena de montaje que produce números uno en lo deportivo.
La milenaria China, que desde hace demasiadas décadas está en manos de una antigualla llamada partido, llora por conocer los derechos humanos universales. ¿Habrá visto He Kexin alguna vez las imágenes en las que un hombre desafía a un tanque?
La antorcha olímpica, como si se hubiese producido una cosificación de todos los males del régimen, ha sufrido el ataque de muchos detractores. Se trata, una vez más, de una extraña oleada de protesta ciudadana de corta duración. Tal y como vino se fue. Desgraciadamente pocos siguen recordando los días en los que Tibet fue invadido. También existe un zapping en nuestra memoria y en nuestras conciencias.
De pequeña, como a mí, a He Kexin le decían que el deporte era sinónimo de salud y bienestar.
He Kexin sigue sonriendo, y yo con ella.